
La lengua húmeda puede también llamarse historia. Llamarse una rueca que hila las hebras lógicas del imaginario colectivo. Llamarse una dama que teje un estambre de silogismos y consecuciones. Pero también la que engarza lo que nadie reclama, el anonimato del mundo simbólico. Llamarse una tripa rebosante que, motivada por el anecdotario conciente y espontáneo, babea su constructo, esparciendo rocío, lo social sobre lo social y que intenta modificar el orden primero de las cosas. Un orden primero que es origen y causa de esa misma lengua húmeda.
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